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jueves, 6 de julio de 2017

Doctor Who (2017). Un comienzo, un final y una renovación


El pasado sábado se emitió el final de la décima temporada del Doctor Who. Décima, si tenemos solo en cuenta su regreso en el 2005, claro. Una temporada que marcaba también dos despedidas: la de Peter Capaldi como duodécimo Doctor y la de Steve Moffat como responsable de la serie. A quienes echaré en falta dado que el primero ha sido mi doctor preferido de toda la etapa nueva, superando a Christopher Eccleston, y el segundo, le ha dado a la serie un estilo que me gustó muchísimo más que el planteado por Russell T. Davies: quizá menos capaz de cerrar todas y cada una de las tramas y detalles minúsculos que aparecen en cada capítulo, pero también más dada al fantástico, a mostrar lo imposible, y por qué no, a lo macabro. Una parte del mundo del Doctor visto por Moffat daba miedo, y ahí estaban los Ángeles, los Silence y los Monjes para demostrarlo.



Esta temporada ha venido marcada por la impresión de ser un comienzo, casi un reboot de las anteriores. Si el especial de Navidad se presentaba a un Doctor en el que Clara Oswald había quedado atrás, y que ahora estaba presente su condición de viudo de River Song (bastante curioso que la relación entre ambos quede fuera de pantalla. David Tennant la conoció por primera vez, Matt Smith se pasó media temporada huyendo de ella y Capaldi parece haber sido su verdadero cónyuge), entre la emisión del 25 de diciembre y el primer capítulo de la temporada parecían haber tenido lugar sucesos bastante importantes. Lo bastante como para que el doctor se haya recluido durante décadas en la tierra, como profesor de una universidad, acompañado por Nardole, el antiguo empleado de River, quien ahora le hace las veces de asistente, acompañante sin viajes y de vigilante en la tarea que ahora el doctor se ha encomendado: guardar una cámara, de la que solo se sabe que parece haber algo peligroso, pero por lo que él siente un profundo respeto. Es Bill Potts, la trabajadora de la cafetería universitaria, quien lo anima, una vez más y para disgusto de Nardole, a retomar desde cero sus viajes. Sin ningún objetivo en concreto, sin ninguna trama pendiente y sin ningún enigma más allá del que ambos encuentran en cada viaje que realizan. Que serán suficientes como para encontrar todo tipo de criaturas, desde alienígenas en el Londres victoriano, hasta una raza capaz de alterar la memoria de toda la humanidad e incluso desvelar qué es lo que se esconde en la cámara que el Doctor guarda.



Es curioso que para ser el final de una etapa, la impresión que de el primer capítulo de la temporada sea la de comenzar una historia: con un Doctor asentado en un escenario concreto, y la presentación de la acompañante nueva, se repasan una vez más los giros y características de la serie y personajes, de forma que al público que los conoce no molesta, aunque quizá lo desconcierte un poco, y sirva para que los espectadores nuevos vayan familiarizándose con una serie que, a fin de cuentas, en su etapa nueva lleva ya doce años en emisión. Y que probablemente también sirva para hacerles llegar en menos tiempo uno de los eventos más propios del personaje, como es la idea de la regeneración de este y la aparición de un nuevo doctor. La intención se nota ya desde que aparece en pantalla el título de ese episodio, nada menos que “piloto”, en referencia tanto a la trama como al estreno de una serie nueva. Esta presentación se hace también con bastantes guiños y bromas a los tópicos de la historia, que el personaje de Bill se encarga de desmontar: la referencia al título de “Doctor Who”, al funcionamiento de la Tardis, a la aparición de determinados enemigos, se plantean con ella de una forma que el público seguramente ha pensado muchas veces.



La nueva acompañante supone también separarse de las características de las anteriores: Amy Pond fue la Chica que Esperó, Clara Oswald la Chica Imposible, todas ellas con un objetivo concreto en la trama que, una vez resuelto, hacía un poco difícil ubicarlas. Bill, simplemente, es un personaje cualquiera, bastante más cercano a Rose Tyler, y que se acerca al Doctor también de una forma muy parecida. Y aunque esta sea la compañera principal, Nardole también tiene un papel importante: si bien durante los primeros capítulos tiene mucha menos presencia, limitándose a ser una especie de nexo entre el escenario principal y la Tardis, acaba convirtiéndose en un habitual en la segunda mitad de la temporada, y aportando un elemento mucho más divertido que el perfil habitual de compañeros: muy lejos del estereotipo de “joven atractiva” de los últimos doce años, cuenta con un conocimiento del Doctor y su entorno que supone una ventaja respecto a otros personajes, además de una vis cómica muy adecuada. Nunca me había convencido Matt Lucas como comediante, quizá porque Little Britain tenía mucha sal gruesa, pero su Nardole es un protagonista de lo más gruñón y entrañable.



También se ha notado la evolución que el Doctor de Capaldi ha sufrido en estos años: frente al personaje más distante, sin apenas empatía de su primera aparición, pasando por alguien que intentaba separarse ante todo de sus versiones anteriores, caracterizado por su guitarra y sus gafas de sol (a veces casi parecía que estaba sufriendo una crisis de madurez) a convertirse en un Doctor como tal, alguien que ante todo, es capaz de sacrificarse por un bien común, sea cual sea, y mucho más compasívo que el de sus primeras apariciones. Pese a haber tenido menos tiempo que los actores anteriores, en el duodécimo doctor ha sido mucho más evidente su evolución como personaje.



Ahora dan risa, pero en el capítulo  es otra cosa.

Los guiones, en cambio, esta temporada han sido un poco irregulares: generalmente con Doctor Who soy muy poco objetiva porque es una serie que me ha acompañado durante muchos años, a la que le tengo un gran cariño, y a la que incluso el capítulo más pasarratos o más flojo me entretiene. Pero en este caso, a menudo se hace evidente que dependen demasiado de ciertos estereotipos: los enemigos más peligrosos se borran de un plumazo mediante una solución que resulta un poco deus ex machina, donde es el carácter o la fortaleza mental de los compañeros del doctor los que salvan el día de una forma que resulta un poco increible. Sobre todo, cuando dedican tiempo a crear unos enemigos con cierta complejidad y que en apariencia, eran lo peor que el Doctor se había encontrado: el caso de los Monjes, salvo una apariencia que seguramente le provoque pesadillas a la próxima generación de niños, se ha quedado en una anécdota. Al final parece que hay que volver a los clásicos, y es en este caso cuando aciertan de pleno. Porque si enemigos como los cybermen habían tenido ya su actualización hace algunos años, ahora Moffat ha sido capaz de rizar el rizo y recuperar a los originales, en aspecto y características: nada menos que los cybermen de los primeros años, con un disfraz tan simple como un pasamontañas y un colador en la cabeza (lo que venía a ser el Doctor Who que conocíamos antes de 2005) se convierten aquí en un material de pesadilla, donde a lo cutre de su aspecto se le da una explicación viable, convirtiéndolos en algo aterrador, y donde se desarrolla el final de temporada que el Doctor merecía.


El final llega retrasando lo que se ha especulado desde la noticia de la despedida de Capaldi: el próximo Doctor sigue siendo un misterio hasta el próximo especial de navidad y despedida definitiva de este y Moffat. Donde ha habido un montón de referencias a la hipótesis regenerarse en una mujer (desde Missy, la nueva versión del Master, hasta que el propio doctor comente que fue vestal en la antigua Roma) y que en realidad, más que un final, es un cliffhanger de cara al cierre de la etapa, que, al menos, promete ser una vuelta de tuerca a un tema que si bien en la etapa clásica era un evento habitual, en la nueva se quedó unicamente como parte del especial del 50 aniversario: el encontrarse dos o más encarnaciones distintas del doctor en un mismo momento. Y, si bien estas no solían funcionar todo lo bien que deberían, siendo más un evento para los fans que otra cosa, en este caso resulta más prometedora: el Doctor, rebelándose una vez más contra su condición, contra el hecho de regenerarse y contra lo que es, se encuentra a sí mismo. Pero literalmente.

2 comentarios:

Fernando dijo...

Yo no soy muy Capaldi, guardo mejor recuerdo de Tennat y Smith.
Pero ha tenido buenos episodios.
Los dos últimos de esta temporada han sido los mejores de la misma.
Y bueno, El Amo volverá pues Missy sabía que su antedecesor la mataría y estaba preparada para ello, vete a saber en que se reencarna.
Y a ver que sorpresas nos tienen preparadas.

Renaissance dijo...

Capaldi ha sido mi preferido, aunque la etapa de Smith previa también me había gustado mucho. En el caso de este y Tennant, no sentí su marcha porque consideré que su etapa estaba finalizada, aunque con Capaldi me hubiera gustado una temporada más para perfilarlo.
Y efectivamente, los dos capítulos son muy buenos: hay que tener mucho arte para recuperar a los cybermen originales y convertirlos en una criatura tan inquietante como las que se ven en el hospital.
Por otro lado, menudo truco más sucio quedarnos compuestos y sin conocer al siguiente Doctor.

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